IX EL ESTADO A propósito de mis dudas sobre la conveniencia de la protección oficial a los artistas permítaseme citar aquí varios párrafos de un artículo de Francisco Nieva (ABC, 28 de septiembre de 1997): (…) El Estado no sabemos si selecciona, pero los museos provinciales y capitalinos, las instituciones, los municipios compran el arte que, según los marchantes y los “entendidos”, se considera adquirible y en la punta de la evolución, pero luego viene a resultar que muchos museos de arte parecen asilo de inválidos, que adquieren “instalaciones” descabelladas, obras muchas veces ocasionales en el más amplio de los sentidos, obras de algunos jóvenes arribistas o de viejos empecinados en la más rancia de las vanguardias. No son aquellos museos de pintura o escultura, sino museos de trastos. Y no es que a mi me disguste ver un museo de trastos. Mi vanguardia era muy trastera y bien nacida de la voluntad ilusionística y visionaria de Ramón Gómez de la Serna, de los experimentos surrealistas, del inefable Duchamp –un serio bromista—pero todo ese mundo ya explorado ha producido una terrible banalización de la obra de arte, llena hoy de ocurrencias, pero demasiado vacía de sentido y, además, aherrojada a la moda. Son los movimientos cíclicos del arte lo que no se puede negar, mas es inútil decir que las vanguardias han muerto. Sin duda no lo están porque se han convertido en catecismo oficial de los Ayuntamientos, cajas de ahorro, instituciones culturales y museos. Los funcionarios se inician en la vanguardia como se iniciarían en la nigromancia, la cartomancia o la construcción de maquetas. Todo ello mezclado al reciclaje de algunas cosas más recientes. Los museos tratan de hacer la digestión de materia tan ilustrada y comienzan a desesperar, sobre todo por la falta de espacio. Una obra que quiere ser de “competencia” exige tamaños prohibitivos para una casa normal, ni aunque sea un palacio. Obras enormes que son alaridos de impotencia, pero han sido compradas porque así le tocó la bola de la fortuna a su autor, por oportunidad, por recomendación, por tener buenas relaciones y porque en alguien tenía que caer, pues el Estado tiene que estimular la labor de los jóvenes. Cantidad de salas y muchos almacenes de estos museos dan la impresión de ser los depósitos de un innominable desguace. Nada –o casi nada- de aquello, con la Historia del Arte en la mano, tiene alguna trascendencia, porque esto ya fue dicho y hecho años atrás y el resto no es más que una inalterable glosa de lo mismo. Así que los dineros del contribuyente van aparar en la compra de un arte que no dice más que simplezas, carentes de magia, carentes del espíritu iconoclasta y burlón, que fascinó en su tiempo pero que, en el presente, es tan sólo una lección desangelada de “cómo tienen que ser las vanguardias”, en un lenguaje fundamentalista y cerrado. El poder no quiere favorecer a los artistas y sólo quiere más poder, en lo que tiene que gastarse los cuartos. Por ello asiente a la petición de unas minorías y compra todo lo que calme el descontento de los jóvenes. Piensa el poder que “si integramos a la oposición con generosas dádivas para el cultivo de las artes, lo mismo da que salgan calabazas que pepinos. Nos habremos hecho dueños de toda la corriente de cultura. Aunque fuéramos de derechas, no nos cuesta nada ser modernos, modernísimos, todo lo modernos que nos pidan”(…) Se pinta o se hace escultura para “colocar” lo mejor posible en instituciones. De caridad podría decirse. No nos damos entera cuenta de que, cuanto mayor sea el crecimiento demográfico, mayor será el número de pillos y que los pillos y los comerciantes hacen siempre su agosto cuando los valores claudican. A finales del siglo XX, para mucha gente del común ha claudicado la buena pintura, la buena música, la buena arquitectura. Fagocitados por la teoría, en arte han claudicado muchas cosas, sin las cuales la propia ironía y el juego de las vanguardias que le eran complementarias no tiene sentido. El arte moderno oficial ha venido a resultarnos de lo más antipático, por conformista, por resabido y resabiado. ¿Quién para ahora esta riada de repetición y de tedio que nos amenaza en las artes? ¿Cómo debieran darse oportunidades a los artistas que no “prometen” y que con tanto ardor reclaman subvenciones y apoyos oficiales? ¿Se ha reparado en lo desoladas y frustradas que, en algunos museos provinciales, resultan las salas dedicadas al arte moderno? Escasos visitantes que casi no se detienen. Nada nos llama la atención, nada es realmente nuevo, nos conocemos el programa. Debemos admitirlo porque es un resultado de la democracia civil que todos deseamos, pero es un resultado inútil para el arte. No lo es el arte moderno en su sentido más profundo, lo que propone cada vez más hondas meditaciones en torno al hecho estético, pero sobre todo más hondas emociones. ¿Cómo ha podido llegar a obviarse la emoción en el arte? La emoción, la sorpresa, que puede nacer de lo más sencillo, de lo más cotidiano, pero que ha sido movido por la mano prodigiosa del arte, y que no obedece a reglas, a meras consignas y hasta conjuras culturales. Al fin y al cabo, esas generosas instituciones definen la línea y el color de nuestro tiempo. Hay que aguantarse, no buscar en el arte ilusionismo y seducción, sugerencias extraordinarias, y apechugar con esas salas de museo en donde se nos ofrece la imagen cicatera, cerebralista, materialista y muerta que da nuestro tiempo. Estoy completamente de acuerdo con el artículo de Francisco Nieva, pero quisiera ir más lejos en la crítica a la intervención estatal en las Bellas Artes. ¿Podría alguien explicarme para qué sirve un Ministerio de Cultura? Se suele decir que es un medio para la propaganda del gobierno de turno. Tampoco puedo ver la eficacia de otros organismos como la Dirección General de Bellas Artes. Los resultados son, más bien, desalentadores, al menos comparados con otras épocas en que no existían estas organizaciones. También quisiera hacer aquí alusión a la enseñanza. Desde hace unos años se les ha ocurrido, tal vez queriendo ennoblecer estas actividades, trasladar las antiguas Escuelas Especiales a la Universidad convirtiendo las mismas en Facultades de Bellas Artes. Comprendo que el Estado tenga que sancionar una licenciatura para ejercer una profesión que pueda tener consecuencias que afecten a mucha gente y de gran responsabilidad como la Medicina o el Derecho. Pero nunca pude entender cuál es el objeto de un título para ser pintor o escultor, especialmente después de saber lo que se enseña en estas Facultades. Entiendo que se intente, como uno de los fines principales, desarrollar la creatividad. Aunque dudo que ésta, por ser cualidad innata, pueda desarrollarse con los procedimientos que se siguen en la Facultad. Pero ¿qué se puede esperar de un Centro en que impera la anarquía y en el que una disciplina tan fundamental como es el dibujo ha sido desplazada casi por completo de su programa de estudios? ¿No se trata de un título universitario para seguir enseñando naderías a las futuras generaciones? OTRAS CAUSAS DE LA DEGRADACIÓN Y BANALIZACIÓN DEL ARTE Oyendo una bellísima frase de un gran compositor maravillosamente interpretada al violín o al piano por un extraordinario intérprete nos hace sentirnos cerca del cielo, nos emociona hasta el éxtasis y en ese momento nos acordamos de nuestros seres queridos a quienes hubiéramos deseado el mismo disfrute. Para muchos de ellos, por otra parte, eso es imposible por su falta de iniciación a la música. Esto nos lleva a la certeza de la necesidad del saber y el conocer para el logro de esa emoción. El viejo axioma es: conocer es amar. En la ignorancia y el desconocimiento está la razón del desprecio de muchos por todo lo excelso. Esto es hasta cierto punto natural. Pero lo que ya no lo es tanto es que un pequeño grupo de presuntos intelectuales, a quienes se les supone un conocimiento, se dediquen, por el sólo placer de hacer daño, a denigrar y despreciar todo lo que signifique virtud y belleza. De éstos es de lo que quisiera hablar ya que, desde la alta tribuna de la prensa y los medios, influyen negativamente en los demás. Es difícil comprender el comportamiento de estos grupos no muy numerosos, afortunadamente, pero que hacen mucho ruido con sus vitriólicos argumentos. Se caracterizan por su aversión a todo lo excelente, bien sea en política, en arte o en cualquier otra manifestación. Para los integrantes de estos grupos su mayor felicidad consiste en desmantelar o, simplemente, destruir todo lo que es noble. Demuestran su desinterés en acceder a lo mejor; para ellos todo es lo mismo. Abominan de toda virtud. Decía Julián Marías en uno de sus estupendos artículos a propósito de hacer daño: Existen innumerables conductas que responden a ese único propósito, que no buscan algo afirmativo, acertado o erróneo, admirable o rechazable, sino que se limitan al propósito permanente de hacer daño… El puesto que lo negativo y hostil ocupa en el mundo actual, acentuado cada año que pasa, servido por organizaciones poderosas, potenciado por el uso ilimitado de los medios de difusión, es evidentemente incomparable con su realidad efectiva, no digamos con su valor, con su importancia. Para estos grupos, además, nada ni nadie merece ser admirado. Intentan inculcar en la juventud el desprecio por lo que consideramos tradicionalmente un valor. Son los que aconsejan la destrucción de obras de arte del pasado y museos. Pero cuando se trata de promover lo negativo, la contracultura, lo que ellos consideran el progreso o lo subversivo, su voz saldrá siempre en defensa de ese nuevo arte, enalteciendo y llamando genios a esos nuevos artistas, no por que sus promotores estén convencidos de su excelencia sino porque saben que es una manera de ensañarse, hacer daño y desacreditar al que es contrario. Son los que se apuntan a un relativismo cultural que defiende que todas las culturas son iguales. Para ellos tiene igual valor una canción de verano que una aria de ópera, un graffiti que el techo de la Capilla Sixtina. Según Alexis de Tocqueville, para conseguir una mayor igualdad habría que pagar el precio de la mediocridad y de la pereza intelectual y espiritual. Los integrantes de estos grupos son en su mayoría gente frustrada y resentida contra los que nada puede hacerse. Tal vez intentar desenmascararlos con los medios que tengamos a nuestro alcance. Ellos son una de las causas que nos han llevado a la degradación y banalización del arte que he descrito. |